Yo habito los paisajes que inventa tu mirada:
cisnes degollados,
silencios en la madrugada, “¨”, silencios.
La nostalgia de Darío exhalando amarga
la profana vereda
que mis dedos trazan en los espejos de tu alma.
Yo peno la caricia que ahoga mi garganta:
arrullo escondido
de mi prófuga y cruel orfandad donde murmuro
armonías, Betsabé, de tu boca si calla,
de mi beso como agua
recorriendo loco mi desnudez que deambulo.
Yo digo las sonatas que abrazan tus oídos:
acordes abismales,
melodías besando las sienes del maligno,
del que gime, del que canta, ¡Amducia se llama
el aquel que se escucha!
el aquel que cimbra la tilde “´” del silencio.
Yo sueño los susurros que esculpen tu cintura:
la mano de tu mármol,
la marea en tus palpas tallando el arrecife
de los sexos que palpitan, ¡marfil! Galatea,
imposible silueta
de una blanca idea que labra mi efigie eterna
Yo grito los aromas que llora tu fragancia:
sahumerios de copal,
descarnadas gardenias vistiendo mil ofrendas
para Yum Kimil, pastor de los muertos, perfume
de las médulas secas,
unción del último aliento, tu última pena
Tu mueres los sentidos clavados al madero
de mi alma, “¿¡Luscinia!?”
Tus sentidos que son siete. Tres son estos clavos,
los fundidos a sus pies y a sus manos. El cuarto
es la lanza que hiere
su costado. El quinto es la corona en su frente.
El sexto es sangre, espíritu, sombra y calvario
de la nostalgia amarga,
de mi beso hecho agua, de la fiera que nos canta,
de la estatua en tu palma, de la umbra fragancia.
“Lusciniaaa...” El séptimo,
es tu palabra y la mía al tercer día de Dios…
Eli Abraham Escobedo González. (Nezahualcóyotl, México, 1991)
Ha participado en la revista literaria El Gorrión Ahorcado y en la Antología Digital Páginas Libres.
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