Inhala.
Aire que crea la oscuridad de tus primeras concavidades. Aérea. Vía que se estrecha contra el avance.
Esclusa Número 1: Pétalo de carne en vibración de bienvenida.
Brisa en los túneles de tu laringe. Entonces apareces. ¿Cómo lo sé? Porque el calor pulsante que tu cuerpo doma el aire frío del afuera. Afuera de olor a invierno, a humo de autos, a lluvia empozándose en esquinas mohosas. Afuera que se cuela por el entramado de pelillos, luciérnagas en camino a tu córtex, oh ¡al fin!, tu córtex prefrontal.
Esclusa Número 2: Aliento que toca la puerta.
Puerta que puede decidir lanzarlo o abrir tu promesa de oquedades y valles de pleura y lagos de esferas iluminadas y pueblos suaves de animales ciegos, que chocan unos con otros en el contenedor de tus entrañas.
Respiras.
Los pulmones rompen contra los acantilados de las costillas. Prensan el molusco de tu corazón.
Lates.
Tejes, con cada impulso, una maraña fluvial que inunda costas de ti. Tu hígado sonríe como las tierras del Nilo. Los riñones crean rituales de tambores que recuerdan las convulsiones de la bóveda torácica. Te expandes descontrolado, acá y allá. Tus células colisionan con violencia en un baile de caricias que acabará partiéndolas en dos. Eres el misterio de la reproducción de las mitocondrias y la multiplicación de los cromosomas. Tus nervios se erizan, como el mar busca la luna, son marea que se precipita y da forma entera al país de tu cuerpo. Antebrazos, manos, rótulas, fémures, pies con sus propias plantas. La tierra negra de tu piel reacciona a la brisa fría de enero. Por un momento eres; todo tú, todo entero, alineación orgánica bañada en sangre, tibieza mucosa, tela de nervios, casi conciencia de ti mismo, sudoraciones, cabellos y uñas. Tú, casi con un nombre propio.
Temblor. Estremecimiento.
Inicio el colapso. El diafragma revuelve, se apretuja. El armazón de las costillas ataca, oprime, expulsa. Millones de células saltan al despeñadero. Los acuíferos debilitan sus cauces y resecan las comunidades aledañas. Lo cóncavo se derrumba. Vuelves al aire. Las esclusas se cierran detrás; retorno imposible. Los túneles se estrechan. La única esperanza es alcanzar la salida.
Exhalas.
Eres aire que se despedaza para siempre en el gris de la mañana.
Renata Solleiro. Nacida en el ombligo de la CDMX. Estudia el Máster de Creación Literaria en la Universidad Internacional de Valencia. Cursos, seminarios y talleres la formaron como narradora, como el diplomado de Escritura Creativa de la Universidad del Claustro de Sor Juana en México. Dedica parte del tiempo a una organización de promoción y defensa de Derechos Humanos de México en Alemania y tiende puentes intercontinentales en diferentes terrenos de las artes, sobre todo escénicas.
Las letras son su salvación, su camino y su sitio en el mundo.
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