I Este viaje trae la muerte; Reza. Que nunca lleguemos a ningún lado. Que el fin del camino marque también el fin del mundo, del tiempo, de la era. Bájate los pantalones. Al morir se me pasa el remordimiento. II Me escurre agua, no hay espacio inmaculado en este pedazo de carne -blanca- y huesos que te di de cenar. Yo no olvido. Bastaría con sentarme; abrir los muslitos para recordar el nacer de ese dolor tan necesario. III Te condensas, llueves; mojas lo etérico. Eres como el humo que sirve de mensaje. De qué me servía el cuerpo antes de que tú lo pusieras fértil Es mucha paz, dices mientras me tejo en tu vientre Mecida en tus piernas te beso los ojos; para que veas para que al fin puedas verme. IV No puedo no amar los surcos azules debajo de mis ojos, las piernas que vacilan, la pelvis dolorida. Amo incluso el sueño que me cobra intereses, las pequeñas heridas que nunca tienen origen, los estragos en la casa. Me aferro a ese dolor de cuello, al cansancio, porque es lo que queda. Todas son dulces secuelas de que tu amor pasó por aquí. V Sobre tu cama dejé mi desorden: de universos -no hallados- de cartas -astrales- de sudores y sal.
Valeria Colín. Nació en Guadalajara el 9 de agosto de 1994, el año de la crisis. Aunque desde aquel suceso las cosas no han mejorado, ha aprendido del mundo que si se le pone atención, se reproduce; de la vida, que regala momentos para convencer que es demasiado buena, incluso en medio del dolor, antes del abandono. Escribe para no olvidar. A veces funciona, a veces es ficción el recuerdo leído.
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